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Antígona en el baño, la risa imbatible con una Verónica Llinás memorable

Por Roberto Blanco Macor

En la tragedia los personajes protagónicos son ilustres y se ven enfrentados de manera misteriosa, invencible e inevitable, y así se miden contra un destino fatal.

Pero si a esa definición de diccionario de la puesta teatral clásica, le sumamos la comedia, un texto intenso y cargado de mensajes mordaces, unas actuaciones sobresalientes y todo desarrollado dentro de un baño, estamos frente a una propuesta muy original.

Eso sucede en la obra “Antígona en el baño” que desde septiembre se exhibe en el Teatro Astral, los viernes y sábados a las 22:00, y que encara sus últimas días de esta temporada, pero que tiene garantizado un regreso en 2024, a partir de su éxito de sala llena.

Coescrita junto a Facundo Zilberberger y codirigida junto a a Laura Paredes, Verónica Llinás se lleva los mejores aplausos al ponerle el cuerpo a esta actriz de TV en decadencia y frente a un desafío mayor: su primer protagónico teatral y los nervios en el día del estreno.

Los miedos, las inseguridades, la edad, toman forma de los monstruos internos que se instalan con ella en ese baño donde el mundo de su personaje tiene poca escapatoria.

El fallido ensayo del monólogo final dispara las acciones que tienen como compañía a Esteban Lamothe, como su joven representante que con su ansiedad por llevarla al teatro, la llena de caprichos y enojos, con frases cargadas de ironía que hace rebote directo en la platea.

Ese vínculo tiene mucho de amor-odio y la paciencia de soportarlo por la protagonista al ser el hijo de su histórico representante de sus años de gloria.

Ser actriz de telenovelas, figura de alto rating en sus primeros años, y de jamás haber deseado exponerse desde un escenario, a la madurez presente en su cotidianidad, la enfrenta a lo peor de sus temores: la crítica y la decadencia.

Por ese motivo toma importancia la presencia en ese baño de su terapeuta ontológico, un soberbio Héctor Díaz, que con su tratamiento de “paisajismo de la mente” y propone una serie de ejercicios insólitos para calmar los nervios de la actriz.

Incluye sus anteojos despedidos a la platea con devolución incluída, para intentar ver la tragedia desatada bien enfocado. (al menos sucedió en la función que nos tocó ver)

Poco ayuda ese trabajo, pero si sirve la sinceridad de la actriz que además allí devela un secreto inesperado, y se abre la puerta a momentos hilarantes, cargados de sensaciones, algunas verdades, pasiones desatadas, y como consecuencia la inevitable tragedia.

Lo primero que se valora del texto es como desde frases simples y directas se puede hacer reír sin dejar de pensar a donde nos llevan esos discursos, que están cargados de profundidad.

 

Llinás le saca mucho lustre a su Ignacia y se luce con todas sus máscaras y un histrionismo de impacto directo con el público, que fácilmente desde el primer minuto está metido en la historia como un cómplice directo.

El momento más alocado de la obra, que incluye con una coreografía fantástica el encuentro sexual de dos de los protagonistas, tiene, con la referencia directa a Llinás, un viaje directo a las escenas que montó hace varias décadas con sus compañeras de las Gambas al Ajillo. Puro humor.

Un hallazgo la puesta de toda la obra en ese baño diseñado escenográficamente por Julieta, Ascar y que es un ámbito fundamental para esta historia.

El final tiene su golpe de efecto: la realidad, las verdades y los intentos fallidos de acciones y las soluciones modernas a viejos problemas.

El grotesco, la exageración medida, los mitos griegos construyen en “Antígona en el baño”, 70 minutos de un humor implacable que sostiene la vigencia del clásico teatral, del drama y la comedia. De una Llinás en coherencia a todo el buen humor que supo construir en su rica trayectoria.

 

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